lunes, 5 de octubre de 2020

La recta final.

Esa que necesariamente llega algún día. La que nos presenta la ansiada meta al fondo. La que aglutina esa mezcla de sentimientos, del placer del objetivo alcanzado, de la melancolía del final del sueño ansiado. Esa, con el inexorable paso de los años va asomando. Se vislumbra.

Y como digo, supone una almalgama de sensaciones. La suma de recuerdos. Con sus triunfos y sus fracasos. La de los sueños, o quizá ya sólo deseos pendientes. Y también la de los miedos ante la inevitable proximidad de ese final. 

No puedo quejarme. Apenas tuve pausas. Disfruté de los exigentes ascensos que te cargan de dudas y temores, pero que que hacen que el sabor de la cumbre sea pleno si eres capaz de vencer sus porcentajes, de vencer tus miedos y temores. De sobreponer tu fe y determinación a las dificultades.

Gozé de los vertiginosos descensos, unas veces alocados y veloces. Otras controlados y prudentes. Sabiendo otorgar la pausa necesaria a cada zancada, anticipando la siguiente pisada. Adivinando el siguiente obstáculo. Aunque siempre alguna caida es inevitable, nunca logró detenerme. Me levanté y siempre seguí.

No quiero rendirme. Aún he de seguir recorriendo mi senda y quien sabe si probar cosas nuevas. Desde la esperiencia y la mesura. Sin alardes. Porque ya no tengo prisa en cruzar la meta. Porque estoy en la recta final y la verdad, no me urge el alcanzarla.