jueves, 27 de febrero de 2014

Soñando Zegama.

Mañana es el día del sorteo de Zegama y algunos sueños se cumplirán. Un puñado de afortunados tendrán la ocasión de disfrutar de la que para mi, es la mejor carrera de montaña que he conocido y, estoy seguro una de las mejores que se celebran en todo este planeta.
Yo, he tenido la fortuna inmensa de disfrutar de semejante evento en más de una ocasión. Desde la intensidad de  la competición luchando contra el crono, a la tranquila e imborrable de acompañante, o la responsabilidad de corredor escoba.
Bien sabéis mis amigos lo que aquellos bosques y aquellas gentes significan para mi. Lo unido que me siento a pesar de la distancia. El peso que tiene en mi vida como corredor. La paz que aportan a mi espíritu sus recuerdos.
Alguno de vosotros puede ser mañana tocado por el destino.
Alguno de vosotros sentirá el nudo en el estómago de la responsabilidad horas antes. Se verá absorto en el devenir junto a la iglesia de un puñado de los mejores corredores del planeta. Emocionados durante la presentación de la carrera. Nerviosos ante la necesidad de conciliar el sueño la noche previa. 
Todo un pueblo volcado en su carrera. Volcado en vosotros. Sentiréis sus miradas de orgullo propio y de admiración sincera hacia vosotros.
Ellos aman su tierra. Ellos saben bien a lo que os enfrentáis.
Porque de buena mañana el Aizkorri se presentará majestuoso ante vosotros, posiblemente cubierto de niebla. La mañana fresca y húmeda. Da igual. Nada os va a impedir disfrutar de aquello que tanto habéis deseado. 
Todo comienza con esa fabulosa vuelta a la población, escaparate para recibir el aliento y los vítores del público y de paso calentar apenas las piernas. Cumplida la cual, llega la primera subida importante donde cuesta enfriar la cabeza y no dejarse llevar por la manada.
Así poco a poco, entre barro, charcos y piedras lisas vamos alejándonos de la población dejando atrás algún caserío para adentrarnos en sendas y pistas que nos conducen a Otzaurte. Acaba el calentamiento y comienza la carrera. Entre sendas y prados vamos ascendiendo. Allí donde caliza, musgo y hojas secas se funden, poco antes del último tramo de ascensión al Aratz hallaréis una hondonada mágica y mullida donde uno querría detener el tiempo. 
Tras la zona pedregosa la cima y tras ella la búsqueda de las praderas de alta montaña. Un horizonte verde y plata. Aquí ya lleváis la adrenalina disparada, barruntáis la marea humana posterior a la misticidad del paso por la ermita. 
En Santo Espíritu cargareis las pilas y tomaréis la escalera hacia el cielo que forman todas las  personas que os esperan animando a modo de balaustrada donde apoyaros hasta alcanzar la gloria del Aizkorri con su pasillo humano y las voces, con un nudo en la garganta. El Olimpo de los corredores de montaña.
Fabulosa crestería caliza, inolvidable bajada de Ostiagorri para llegar a un tramo donde jugaréis al escondite con quienes os preceden y con quienes os siguen. Un veo y no veo. Toboganes, giros, piedra, troncos... para vislumbrar un paraíso tricolor de verde, plata y azul  en las campas de Urbía. Andraiz, ese último esfuerzo que nos sale del alma aunque la llevemos partía y ya sólo queda bajar. Encontrando gnomos en rincones espectaculares. Donde el musgo cubre cada milímetro de roca, donde la alfombra de hojarasca y barrillo nos encauza hasta la población de nuevo. Para entregarnos totalmente al deleite y a la locura. Para sentirnos plenamente únicos, especialmente afortunados. Cada gota de sudor vertida en el esfuerzo la Zegama nos la devuelve con creces en forma de vida y eso, no os quepa duda, os acompañará ya para siempre.
Suerte amigos.

lunes, 10 de febrero de 2014

Esa bruma sobre el agua.

Hay momentos que son especiales, casi mágicos. Aquellos que por una u otra razón quedan grabados en nuestra memoria y provocan sentimientos en nuestra alma.
Hoy he rescatado uno de esos momentos especiales de mi memoria.
Aquel en el que cuatro amigos en un mes de julio, en un paraje de Euskadi durante unos minutos sintieron paz y emoción tras la tormenta.
Después de una noche de perros, calados, magullados, después de numerosas caídas, de decenas de resbalones. De una heladora noche, de la niebla y el desánimo, de pronto, ante nosotros recuerdo un remanso de calma en modo de pequeño embalse o laguna, con la bruma sobre el agua en las primeras horas del día. Aquella visión nos sobrecogió y nos embaucó. No pudimos evitar parar, arrebujar nos y hacer piña para traspasarnos fuerzas y ánimo. No pudimos evitar pensar que lo peor ya había pasado. No pudimos evitar sentirnos poderosos, invencibles. Fue como digo, un momento mágico e inolvidable. Recuerdo además que posteriormente vino acompañado de un precioso tramo que discurría por una cornisa que iba atravesando pequeños puentes y puertas de madera. Los cuatro mosqueteros en plena búsqueda de la gloriosa ultra distancia.
Después, volvió nuevamente la brega contra los elementos en forma de barro, lluvia, cansancio y desánimo. Logrando quebrar la voluntad de dos de nosotros.
Cuando las cosas no salen como uno quiere. Cuando se suceden las malas noticias, el desánimo. Cuando las rachas vienen torcidas. Cuando uno yerra. Siempre hay un instante bueno. Algo a lo que aferrarse.
No olvidemos esos instantes mágicos. Dentro de la tormenta. A pesar de la tormenta, seguro que hay algo bello que recordar. Algo emocionante que sentir. Algo nuevo que aprender. Algo interesante que contar. Algo que nos hace sentir vivos. Algo que nos hace revivir.