Había que aprovechar el nevadón de ayer para disfrutar del monte. De ese tan próximo que tenemos y que siempre que tiende su blanco manto disfrutamos.
El crujido de la nieve polvo, el crepitar del hielo al fracturarse, las borlas que se adhieren a los cordones de nuestras zapatillas. El frescor de una atmósfera limpia, el frio al sumerjir nuestra pierna en un ventisquero. Son muchas las sensaciones. Poco habituales y por lo tanto merecedoras del sobreesfuerzo de trepar por esas pendientes.
Arriba un desierto de dunas blanquecinas donde el viento desplaza las gotas congeladas como la fina arena, semejante a espectros que se deslizan por a superficie de la tierra.
Merece la pena el esfuerzo.
El crujido de la nieve polvo, el crepitar del hielo al fracturarse, las borlas que se adhieren a los cordones de nuestras zapatillas. El frescor de una atmósfera limpia, el frio al sumerjir nuestra pierna en un ventisquero. Son muchas las sensaciones. Poco habituales y por lo tanto merecedoras del sobreesfuerzo de trepar por esas pendientes.
Arriba un desierto de dunas blanquecinas donde el viento desplaza las gotas congeladas como la fina arena, semejante a espectros que se deslizan por a superficie de la tierra.
Merece la pena el esfuerzo.
3 comentarios:
¡qué envidia! al final yo lo he cambiado por un enorme muñeco de nieve y una guerra de bolas con los enanos...
¡Qué bien lo pasáis! Ahí faltaba uno que yo me sé...
Pues también estuve yo por allí, de madrugada, frontal incluído. Una gozada, pero no llegué arriba, que me resbalaba.
Me alegro que vayas saliendo de la lesión.
Un abrazo.
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