jueves, 9 de septiembre de 2010

Pies de Barro

Parto de la premisa de que esto no será una crónica al uso. Más bien una argamasa de pensamientos y sentimientos.
Empezaré diciendo que creo que es el título más apropiado para expresar aquí lo que viví en la G2H. Por su grafismo y por su doble lectura. Rindo pleitesía a ese terreno que tantas veces probé y me envolvió, asi como, a la incapacidad de arrancar de mis entrañas la rebeldía suficiente para aceptar la pelea al mismisimo Dios Eolo si hubiera hecho falta.
Con ese puntinto fatalista que tanto me gusta y que desde siempre me acompaña, que no es malo, siempre que no me llegue a arrastrar os hago este pequeño lienzo de pinceladas ya como recuerdos de aquella aventura que fue la Goierrikohaundiak.


Si hubiera tenido que apostar por mi la mañana del 16 de julio no hubiera puesto sobre la mesa más allá de un simbólico euro. Me desperté temprano y las sensaciones no fueron nada buenas. Sudor frio y piernas temblorosas. Bien hubiera preferido que fuera pánico pero llevaba 48 horas con la salud en el alero y me estaba pasando factura.
Después de tanto entusiasmo, convicción, esfuerzo y empeño me encontraba en un inicio nada prometedor. Pero comencé bien, fui paciente y decidí esperar a ver que me deparaba el destino. Tiempo habría de tomar decisiones.
El viaje con mis compis por lo tanto estuvo marcado por la meditación, analizando toda aquella vorágine de acontecimientos que se me habían derramado encima sin previsión y ante los que solo cabía oponer tozudez, prudencia, pero tozudez. Quizá en esta fase gastara parte de la que me hubiera hecho falta al cabo de unas horas.
La llegada a Beasain fue balsámica para mí. El alcanzar los paisajes de Etxegárate, el saludo del Aizgorri... reparador. Allí pude reencontrarme con mi gran amigo Txemi, responsable de la logística en el polideportivo y que resultó un maravilloso anfitrión.
Tuve poco apetito, señal de que el cuerpo todavía no regía correctamente, pero seguí paciente, esperando que cada hora la cosa mejorara, como el brazo gitano que pude saborear.
Y comenzaron a llegar los amigos. Maider, Lurdes, Ramón, Maite.... y cada vez me fui encontrando mejor. ¡¡¡Que cojones, aquello merecía echar el resto como fuera!!!.
Recogida del dorsal, miradas de respeto en los voluntarios y de sincera admiración en los vecinos de Beasain (amigos eso no tiene precio, uno encuentra la recompensa a tanto esfuerzo entrenando).
Pudimos contemplar con sana envidia la salida de los "mayores" de la Ehunmilak a las 18:00 de la tarde, tomamos un café, despachamos los sanwiches y bocatas previstos y esperamos con impaciencia la llegada de nuestra hora.
Y llegó, llegó el momento donde nerviosos y emocionados pasamos el control de salida y nos metimos en la plaza del ayuntamiento, aquellos momentos los recordaré siempre, la exaltación de nuestro ánimo y los latidos de nuestros corazones ansiosos por comenzar, viviendo a tope aquel momento tan deseado.
Y comenzamos a correr, entre una fina lluvia que comenzaba a caer arrancamos los aplausos de cada persona que nos cruzámos, de cada cuadrilla que desparramaba en el comienzo de una noche de juerga, a buen ritmo, cargados de esperanza. Confiados y, sinceramente con buenas sensaciones después de la incertidumbre arrastrada.
Callejeamos, uno, dos, tres km y tuvimos que controlar nuestra euforia y nuestro ritmo para no pasarnos... hasta que de repente asaltamos una especie de parque merendero en una zona de monte y en una primera cuesta nuestras luces comenzaron a fabricar un rosario divino de nerviosos corredores. Esa entrada en el monte tampoco la olvidaré.
Atravesamos algunos caserios y pistas y atravesamos las pequeñas poblaciones en pleno festival de ánimos y aplausos. Todo iba viento en popa hasta que llegó el Txindoki.
Lo tengo claro, he de ascender esta montaña en el futuro de día, porque aquella noche me lo negó todo. Su disfrute, su magia, su cima, sus vistas, todo.
Su aproximación tuvo la forma de una especie de calzada romana, una camino entre piedra y barro donde comenzó a transformarse el paisaje y la realidad de la carrera. Aunque ya antes habíamos atravesado algún lodazal y habíamos bajado alguna pendiente estilo "arrastraculero", aunque habíamos tenido que utilizar los troncos de los árboles como referencia de freno en alguna bajada el Txindoki fue especial, único e inolvidable.
Es un monte que se deja dominar hasta los últimos 500 mts, un camino sepenteante donde se gana altura despacio y con comodidad, aquello parecía muy fácil, pero todo lo que nos puso de alfombra en su tramo principal lo tornó en alambradas en su tramo final.
Os juro que no me cansé del esfuerzo, no racaneé ni un gramo de fuerza en cada resbalón, en ningún momento cejé en mi voluntad de avanzar, pero os garantizo que aquella cima hizo todo lo posible para expulsarnos de ella. Un metro ganado era muchas veces 3 de retroceso por su húmeda y resbaladiza ladera. Y, cuando la hierba y el barro fueron vencidos aparecieron las piedras para rematar. Si subir fue épico, bajar se antojaba aterrador.
En serio, el momento en que el sufrido voluntario pudo dar constancia de nuesta cumbre la cara de la mayoría de los participantes se transformaba en un rictus de temor ante la conciencia de lo que les esperaba. Primero las piedras como agujas, después la deslizante campa. Un desafío fabuloso para todos los nervios, músculos y reflejos de cada uno de nosotros.
En este tramo agradecí especialmente la presencia de Fernando, fue mi referente ya que no podía compaginar la atención a no caerme y a las marcas al mismo tiempo y su guia me fue necesaria, en cuanto se me iba en la distancia solicitaba su ayuda. Mi camarada, mi compañero de trinchera de los Tercios de Flandes.
Sin su presencia en este tramo y el del Gambo yo lo hubiera pasado muy mal. Era consciente de que su experiencia en la montaña sería importante. No me equivoqué, fue vital para nosotros. Porque la zona del Gambo después del Txindoki fue una auténtica cueva de lobos. Frio, viento, niebla.... unas campas abiertas donde costaba encontrar las marcas reflectantes, donde avanzamos muy lentamente, donde las piedras volvian a emboscarnos esporádicamente. Personalmente estoy convencido que tuve un principio de hipotermia. Ya llevaba puesto todo lo que tenía: los manguitos, el chubasquero y los guantes, pero mis brazos se movían a libre voluntad en espasmos comumente denominados "tiritonas". No veía el momento de abandonar aquella inóspita zona, de comenzar a perder altitud y dejar atrás el gélido viento. En ese momento pensé por primera vez en dejar la carrera. Los elementos me lo estaban poniendo demasiado dificil y sinceramente, no estaba preparado un 17 de julio.
Pero me acordé de mi gran amigo Ppong y aquella frase: "hay que aguantar la noche, con la llegada del día, de la luz, todo vuelve a verse distinto". Se la trasladé a mis compañeros como báculo donde apoyarnos todos y surtió efecto. Comenzamos a descender, el cielo comenzó a perder oscuridad y el frio se marchó.
Esta es la parte que más disfruté, sentir el amanecer descendiendo por un cordal, descubrir las formas de los árboles entre la oscuridad, recibir al día y llegar a un maravilloso embalse a modo de lago, cubierto de bruma en las primeras luces el alba... allí resurgimos, nos sentimos fuertes, unidos y agradecidos de encontrarnos en aquel momento y en aquel lugar.
Vino una senda preciosa que transcurria por un cortado, con varios puentes y portalones de madera que había que atravesar y llegamos al reino de los hayedos. Sus majestades las hayas vistieron sus mejores galas para recibirnos, entre una tenue niebla, bosques mágicos, vastos e inolvidables que nos envolvían. Hicimos un alto y nos agrupamos.
Y llegó el momento vital. Hasta ese momento Luis andaba prudente y rezagado con Mikel, pero animado se empareja con Fernando y tiramos para delante. Miro, Mikel no viene. Como tantas otras veces decido esperar. Pero no contaba con que allí se abriría una brecha irreparable. Mikel se queda una y otra vez, su ritmo se vuelve relajado y aunque camino más que corro, a mi ritmo montañero en cuanto me descuido el hueco se abre y tengo que parar. En un par de ocasiones tiro, tiro con la idea de alcanzar a Fernan y Luis y pararles. Pero me tengo que frenar, me veo en terreno de nadie y no me atrevo a dejar a Mikel solo. Así que comienza a agobiarme la idea de estar "fuera de carrera", no en sentido cronometrado. Me refiero a comenzar a ser un lastre para los que van por delante. El terreno no da tregua. Continuas escaramuzas de barro y toboganes de patinaje y llega un segundo momento clave. En uno de esos toboganes donde me voy agarrando a los helechos y a las zarzas para aguantarme resbalo y en la caida me golpeo el brazo en una piedra. Entre el barro veo un hilo de sangre y me duele. Aquello me hace replantearme si merece la pena llegar ante los mios magullado, si ante lo que me espera saldré bien librado. Llamo por móvil y les digo que no pierdan más tiempo y que tiren.
Así con más pena que gloria, repletos de barro y con el zurrón de la moral bastante diezmado nos plantamos en Etxegárate. El final de mi aventura y el comienzo de mi desilusión. Allí nos esperaban nuestros compañeros.
Es dificil explicar todo lo que durante aquellos instantes pasó por mi cabeza. Como siempre no todo ni es blanco ni negro. Así que vivía un bullicio de sentimientos encontrados, antagónicos. A la decisión razonable de abandonar se oponía la deportiva de continuar. Mi cabeza me decía que no pasaba nada, era una decisión cabal y razonable. Pero mi corazón esperaba una mínima palabra, una pequeña señal que le obligara a continuar. Asumí con entereza lo que acababa de ocurrir, pero durante los instantes en que en el grupo se gestó la idea de continuar (o todos o ninguno) mi estómago se revolvió de ilusión.
No culpo a nadie, por supuesto. Personalmente fue una decepción no haber sido capaz de encontrar un pensamiento positivo que me hiciera continuar, algo a lo que aferrarme. Tan mentalizado como supuestamente estaba para tirar de épica, de garra. Yo, que me postulé como cabeza de grupo. Alma mater. Gigante con pies de barro.

Fue lo más duro. Desperdiciar toda aquella preparación, el viaje, el alcanzar el km 50 entero de fuerzas. La fragilidad no vino como temía por la piernas, vino por la cabeza. El pensar que se marchaba una ocasión única y no se sabe si irrepetible.
Se sacan lecciones de todo en la vida. Lo único y mejor que podemos hacer.
Hoy estoy convencido que nos faltó experiencia, se notó realmente que ninguno de aquellos cuatro amigos se habían visto en algo así. El grupo es vital si la carrera se afronta en grupo. Si no hay grupo en algún momento deja de haber carrera.
En cualquier caso, estoy orgulloso de mis tres compañeros. De alguna forma todos llegaron más lejos de lo que se les suponía, mucho más lejos que yo. Fue un honor compartir el fin de semana con ellos.
Un fin de semana, que a pesar de todo, será inolvidable y no solo negativo.

3 comentarios:

Ponte las zapas y a correr dijo...

Bonito relato Prisi. Tuvo que ser dura la lucha entre cuerpo y alma en esos momentos, pero seguro que has salido reforzado para las pruebas venideras.
Un abrazo.

Mildolores dijo...

Precioso y emocionante relato. consigues plasmar tu aventura y seguro que aun así no es ni un 10% de lo que viviste, viste y sentiste, pero es genial.

Si con aventuras como la tuya, tan bien relatada y con tanto amor y respeto por las pruebas de montaña, no me animo a hacer nunca ninguna, es que soy mas zote de loque pensaba.

fernan130 dijo...

Creo que la ilusión con la que afrontas todo es lo que, en este caso, no permite que tu ‘conciencia’ descanse. Las cosas pasan y viene bien analizarlas pero no hay que darles más importancia de la que deben tener. Creo que la carrera fue mejor para alguien que tuviera experiencia en monte y peor para los que esperaban correr. En ese sentido mi paseos montañeros me vinieron bien porque te acostumbras a amoldarte a las circunstancias y a no crearte expectativas. Muchas veces nada sucede como preveías. Los acontecimientos van viniendo y tú los afrontas.
No puedes extrapolar lo ocurrido un día con el resto del año. Para mí se es gigante por lo que uno es a pesar de las caídas y, en ese sentido, lo eres. Porque no dejas los entrenamientos ni un solo día, llueva, granice, nieve, haga frío o calor. Porque sabes crear grupo que es tan importante para mejorar a diario. Porque no temes los nuevos retos por muy duros que parezcan. Por la seriedad y los ánimos con la que afrontas el atletismo. Por el alma de samurai que atesoras siempre atento, siempre dispuesto a darlo todo.
No puede tener pies de barro el que tan firmemente está amarrado al suelo.